Despertó en medio de la noche pensando en alguien que solo había visto una vez. ¿No era suficiente con pensarlo cada hora del día? ¿Tenía que también aparecérsele en la noche?
«Apenas lo conoces», se dijo. Apenas.
Él le había mostrado todo lo que pudo, un apenas, para él era tanto, para ella tan poco. No lo conocía en sus días tristes, no lo conocía en sus días malos, no conocía su temperamento, no conocía su sufrimiento. Apenas era suficiente. Aún así, no podía dejar de pensarlo.
Distancia, quizás fuera suficiente. Grandes distancias, grandes líneas, grandes límites infranqueables. La imaginación volaba, pero las líneas ahí seguían, estáticas. Apenas lo conocía. No podía dejar que se adueñara así de su día a día, de sus sueños, de sus misterios, de sus deseos, de todos sus minutos, de cada pensamiento ahora venido a menos, convertido en suspiro.
Desaparecer era la mejor distancia que podía regalarle. Dejarlo tranquilo para que pudiera respirar en otras bocas que no eran la suya, saborear otras carnes, llenarse la mente con otras imágenes, olvidarla. Era un regalo bonito. Desaparecer, hacerle ver que ya no lo pensaba, hacerle ver que ya no lo sentía, hacerle ver que ya no…
Así que desapareció para él y para todos con él. Pero él volvía cada día. De una u otra manera volvía cada día, y un día ya no volvió, y todo se acabó hasta que volvieran a verse y el latir de sus corazones hubiera cambiado de melodía.
<<Sally Pan>>